viernes, 27 de febrero de 2015

Rel4 T4 La Iglesia, pobre y con los pobres (s. XI-XV).


En los últimos siglos de la Edad Media europea se produjo una transformación en el campo de la experiencia religiosa. El Espíritu Santo suscita en la Iglesia nuevas interpretaciones de los ideales de espiritualidad que buscan la imitación cada vez más fiel de Cristo y de sus apóstoles. El cambio nace lentamente con el progreso de la sociedad feudal en los siglos XI y XII, con la paulatina importancia que van adquiriendo los laicos, llamados a participar en el fenómeno religioso de una forma nueva: la vida eremítica.

En los claustros reformados del Císter se empieza a hablar del modelo apostólico y a ponerse en práctica. Le acompaña una invitación a la profundización en el propio ser, al descubrimiento del «hombre interior», en el camino de la unión con Dios.

La transformación es general en todo el Occidente y afecta a toda la sociedad. Se hace más patente en las ciudades, que se multiplican y muestran cada vez un mayor dinamismo económico y cultural. El dinero y las mercancías circulan cada vez más y más deprisa, pero también lo hacen las nuevas ideas.

Los ermitaños.

En el siglo XII, los ermitaños llegaron a ser grupos muy importantes dentro de la sociedad de la época. Eran personajes complejos (a menudo antiguos militares desengañados), partidarios de alcanzar la salvación buscando el abrigo de lugares apartados.

Los ermitaños, a pesar de su aislamiento del mundo, no pasaban desapercibidos. La pobreza de su vestimenta y de su alimentación, y el rigor de su espiritualidad, despertaban la admiración de las gentes que buscaban su compañía para escuchar sus predicaciones. El intento de estos ascetas por preservar su intimidad sólo acrecentaba su prestigio. 

Estos predicadores ambulantes, rodeados del fervor popular, ejercieron un positivo papel en favor de las reformas en la Iglesia. Por otro lado, las más importantes experiencias eremíticas derivaron, superado el aislamiento de una primera fase penitencial, en la creación de nuevas órdenes religiosas. 


En Occidente, entre los siglos XI y XII, eran numerosos los cristianos que buscaban nuevas vías de perfección espiritual a partir de la Regla de San Benito.  

La orden del Císter o orden cisterciense (Ordo cisterciensis, en latín; O.Cist.), también conocida santa orden del Císter (Sacer ordo cisterciensis, s.o.c.), es una orden monástica católica reformada, cuyo origen se remonta a la fundación de la Abadía de Císter por Roberto de Molesmes en el año 1098, que sigue siendo la sede central de esta orden y se encuentra en la región de la Borgoña, Francia.

La orden cisterciense desempeñó un papel protagonista en la historia religiosa del siglo XII, haciendo progresar al mismo tiempo el cristianismo, la civilización y el desarrollo de las tierras.

Esta orden restaura la regla benedictina inspirada en la reforma gregoriana, promoviendo el ascetismo, el rigor litúrgico, y dando importancia al trabajo manual. Además de la importante función social que realizó, la orden ejerció una gran influencia en los ámbitos intelectual o económico, así como en el ámbito de las artes y de la espiritualidad.

Debe su considerable desarrollo a San Bernardo de Claraval (1090-1153), hombre de una personalidad y de un carisma excepcionales. Su influencia y su prestigio personal hicieron que se convirtiera en el monje cisterciense más importante del siglo XII, pues, aun no siendo el fundador, sigue siendo todavía hoy el maestro espiritual de la orden.

En nuestros días, la orden cisterciense está formada por dos órdenes diferentes: la orden de la «Común Observancia» y la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia, comúnmente llamados trapenses porque provienen de la reforma de la abadía de la Trapa.

Su hábito es túnica blanca y escapulario negro, retenida por un cinturón que se lleva por debajo; el hábito de coro es la tradicional cogulla monástica, de color blanco. De hecho, en la Edad Media se les conocía como los «monjes blancos», en oposición a los «monjes negros» que eran los benedictinos. 

En el IV Concilio de Letrán, en 1215, se escogió la palabra «benedictino» para designar a los monjes que no pertenecían a ninguna orden centralizada como los cistercienses.

Hildegarda de Bingen (1098-1179).

Fue una mujer excepcional para el siglo XII. De la primera parte de la vida de Hildegarda sabemos muy poco. Era de familia noble; sus padres, cuando tenía ocho años, la encomendaron a Jutta de Spouheim para que la educase y la criase. Vivió en obediencia, desarrollando un ansia de saber profunda. 

Además, experimentó visiones desde niña mientra permanecía en un estado de conciencia normal, no entraba en éxtasis, sino que tenía la capacidad de acceder a otro nivel de realidad en donde contemplaba un universo simbólico que después era capaz de interpretar. Ella misma contaba alguna de sus visiones:
"A los tres años de edad vi una luz tal que mi alma tembló, pero debido a mi niñez nada pude proferir acerca de esto. A los ocho años fui ofrecida a Dios para la vida espiritual y hasta los quince años vi mucho ... a mí me sorprendía mucho el hecho de que mientras miraba en lo hondo de mi alma mantuviera también la visión exterior".
Cuando comenzó a contar lo que le pasaba se sorprendió de que a los demás no les sucediese lo mismo; Jutta le pidió que tuviera mucho cuidado con esas visiones sobre las que no había una tradición en la Iglesia que ayudase a discernirlas. Hildegarda obedeció y durante mucho tiempo calló sobre estos hechos.

Cuando Hildegarda tenía 14 años, Jutta y la niña vivían como reclusas junto a un monasterio benedictino. En torno a ellas se habían ido agrupando una serie de mujeres y cuando murió Jutta, Hildegarda tomó las riendas de la comunidad, mostrando una mujer hasta entonces desconocida: fuerte, poderosa y un un gran carácter. Pronto fundó un monasterio propio.

Hildegarda demostró saber llevar el monasterio, entender perfectamente a sus monjas y hacerse entender por ellas. Empezó a destacar inmediatamente como guía espiritual. Mostraba un espíritu fino, delicado y era capaz de percibir los estados por los que iban pasando sus monjas y las personas que acudían a ella en busca de consejo.

Siendo abadesa, las visiones de Hildegarda empezaron a ser muy fuertes e imperativas hasta el punto de que la obligaban a hablar. Interpretaba las enfermedades que la afligían como una señal de que no debía de seguir callando. Al no saber qué hacer, pidió ayuda a un monje del Cister. Este monje se dio cuenta que allí ocurría algo fuera de lo normal y le pidió que lo pusiese por escrito.

Envió sus escritos a S. Bernardo que quedó impresionado hasta el punto de afirmar que se debía escuchar a esa mujer como guiada por el Espíritu. El papa Urbano II la hizo llamar y quedó entusiasmado con ella; la autorizó a exponer su doctrina. El papa le pidió que predicase, y ella obedeció. Así empezó para Hildegarda una intensa etapa de vida pública, y de numerosa correspondencia a través de la cual aconsejaba a obispos y reyes. Además tenía fama de hacer milagros y curaciones, y por ese motivo acudían a ella enfermos de todas partes.

La vida espiritual no era lo que caracterizaba a una buena parte del clero de su época e Hildegarda era consciente de ello. Atacó con gran dureza su preocupación por el poder y la riqueza, lo cual le creó grandes enemistades.

Hildegarda dictaba sus visiones y la explicación de mismas a un monje. Fruto de este trabajo fueron sus obras en latín conocidas como Scivias ("Conoce los caminos"), el "Libro de los méritos de la vida" y el "Libro de la obras divinas", a las que hay que añadir sus obras sobre botánica, medicina y sus composiciones musicales.

Sus visiones son una exposición simbólica de la doctrina tradicional de la Iglesia y de la Historia de la Salvación, que le permiten penetrar en el sentido profundo de las Escrituras. Se enmarcan siempre dentro de manifestaciones luminosas.
«En el año cuarenta y tres del curso de mi vida temporal, en medio de un gran temor y temblor, viendo una celeste visión, vi una gran claridad en la que se oyó una voz que venía del cielo y dijo: “Proclama estas maravillas, escribe lo que has aprendido y dilo”. Y vino del cielo abierto una luz ígnea que se derramó como una llama en todo mi cerebro, en todo mi corazón y en todo mi pecho. No ardía, solo era caliente, del mismo modo que calienta el sol todo aquello sobre lo que pone sus rayos. Y de pronto comprendí el sentido de todos los libros, de los salmos, de los evangelios...»
Sus visiones contienen también revelaciones proféticas que hacen referencia a los periodos de división que, poco después de su muerte, atravesaría la Iglesia. 

Las Cruzadas.



9 de octubre de 1238: la reconquista de Valencia.
(Los vídeos se ven aunque en la edición se indiquen errores)







Calamidades en Europa.

En el año 1291 se produjo la caída en manos turcas de San Juan de Acre, la última gran fortaleza cristiana en el Reino de Jerusalén. Este acontecimiento supuso el fin definitivo de las Cruzadas.

Europa, mientras tanto, está ensangrentada y agitada con conflictos internos. Pelean por el trono imperial Alberto de Austria, enemigo del francés Felipe IV el Hermoso, y Adolfo de Nassan. Francia lucha contra Inglaterra por la Gascuña y Aquitania. En el sur de Italia pelean los angevinos, amigos del papa Bonifacio, contra aragoneses-sicilianos, amigos de los Colonna. Venecia, Génova y Pisa luchan por la hegemonía oriental. En la Toscana pelean güelfos y gibelinos. Los güelfos son partidarios de la burguesía y se imponen a la vieja aristocracia de la sangre o vieja nobleza feudal (los gibelinos). Además se dan ataques contra los eclesiásticos en Dinamarca, Portugal, Inglaterra y Francia.

En este período siguen apareciendo sectas que revitalizan antiguas ideas pero con algunos ingredientes o apariencias nuevas. Surgen “profetas” que denuncian los pecados y exigen conversión pues objetivamente la cosa es escandalosa. Son tiempos en que abundaban obispos y prelados, orgullosos de su origen noble, deseosos de aumentar sus rentas y prebendas, ávidos de poder, con escasa formación doctrinal y descuidada vida interior. Muchos miembros del clero, alto y bajo, llevaban una mediocre vida espiritual, cuando no escandalosa, viviendo público concubinato e incumpliendo sus funciones pastorales. En la cúpula de la Iglesia la situación era también lamentable. 

Aparece la pobreza. Pobreza que se inscribe en la cultura y en la espiritualidad de la época y se convierte en la verdadera vía para seguir a Cristo en este mundo. Como muestra el Sacrum Commercium, una obra escrita en círculos franciscanos en el siglo XIII. El Concilio de Vienne (Francia, 1311), en el que se abolió a los Templarios, permitió a los frailes mendicantes predicar y confesar. Impulsó crear cátedras de hebreo, árabe y caldeo en París, Oxford, Bolonia y Salamanca para estudiar mejor las Sagradas Escrituras. Además, prohibió que los musulmanes pudieran dar culto público en los estados cristianos. 

El crecimiento económico y demográfico que se había producido en los siglos XII y XIII quedó drásticamente frenado por la crisis, cuyas causas fueron:
  • Las calamidades naturales: el exceso de lluvias y las inundaciones; la reducción de las horas de sol perjudicaron los cultivos. La sucesión de malas cosechas redujo la cantidad de alimentos disponibles y la población padeció hambre y desnutrición.
  • La peste negra: la epidemia llegó a Europa en 1348, transmitida por las ratas que viajaban en los barcos procedentes de Oriente; sobre una población debilitada por el hambre resultó devastadora. Nuevos brotes de la epidemia se sucedieron posteriormente, de manera que, entre 1300 y 1400, Europa pasó de setenta y tres millones de habitantes a tener sólo cuarenta y cinco.
  • Las guerras: los ataques de mongoles y turcos en el Este y, sobre todo, la guerra de los Cien Años (1337-1453), que enfrentó a Francia e Inglaterra y afectó también a España y los Países Bajos. Además, se sucedieron los conflictos entre los numerosos estados alemanes y entre las ciudades italianas.
El Cisma de Occidente (13781417).

El Cisma de Occidente fue un período de la historia de la Iglesia católica en que dos e incluso tres obispos se disputaron la autoridad pontificia. Desde el año 1305, el Papa había trasladado su corte a Avignon, ciudad situada entre Languedoc, Provenza y Francia. Para el Papa resultaba imposible habitar en Roma por las divergencias políticas existentes entre familias que mantenían en pie de guerra la ciudad. Por fin, el Papa Gregorio XI regresó a Roma a instancias de Santa catalina de Siena, pero esto no había solucionado los problemas y estando a punto de abandonar de nuevo la ciudad, el papa falleció en el año 1378.

El Cónclave para la elección del nuevo pontífice se celebró en Roma. Los habitantes de la ciudad no querían que el Papa se instalase de nuevo en Aviñón y por ello se produjeron importantes disturbios por toda la península. El cónclave comienza con 16 cardenales (10 de los cuales eran franceses) y con las presiones, a veces violentas, de los ciudadanos de Roma. Finalmente fue elegido Urbano VI, pero no fue anunciado inmediatamente, e incluso hubieron intentos de repetir la votación. La confusión era enorme y el enfado de los ciudadanos iba en aumento. En medio de esta situación los cardenales abandonaron el palacio papal, siendo incluso agredidos. Pocos días después, los doce cardenales que se quedaron en Roma aprueban la entronización del Papa Urbano VI que es coronado. Meses más tarde, el papa Urbano recibió la carta de aprobación de los cardenales que se habían quedado en Avignon.

El nuevo pontífice era partidario de una reforma de la Iglesia y desde el inicio no ahorró críticas al modo de vida de los cardenales. Unos días después de su elección reprendió a los obispos presentes por estar en Roma y no al frente de sus diócesis. Las enemistades que se crea el papa conducen a que varios de los cardenales electores se reúnan en Anagni para invalidar la elección de Urbano VI por falta de libertad de los cardenales y para solicitar la celebración de un nuevo concilio. Urbano no cedería y, tras perder el apoyo de todos los cardenales, decide nombrar un nuevo colegio de 29 cardenales (20 de ellos italianos) y de este modo seguir adelante. 

Ante esta situación, los cardenales anteriores se reúnen en un nuevo cónclave en Fondi (Italia) y eligen a Clemente VII. Era el inicio formal del cisma.

Urbano y Clemente, se excomulgaron uno al otro, de esa forma toda la cristiandad se encontró excomulgada. Los fieles católicos estaban confundidos, tenían delante a dos personas que decían y reclamaban ser el representante de Dios y de su Iglesia. El caos era tremendo, muchas diócesis con dos obispos, monasterios con dos abades, órdenes religiosas con dos generales, parroquias con dos párrocos, etc. Uno clementino y otro urbaniano. 



Via facti: por medio de la guerra[editar]

Tras el cónclave de Fondi (1378), la reina Juana de Nápoles se adhirió al grupo que seguía a Clemente VII pero esta era la opción menos popular entre la población, que quería un papa italiano. El conde de Anjou, Luis I de Anjou, tras encontrarse con Clemente VII pensó en una solución que implicaba el uso de las armas contra el Papa Urbano VI usando la base de Nápoles. Para ello, la reina adoptaría a Luis I como hijo y el Papa Clemente reconocería oficialmente la adopción, luego éste se haría con un ejército que entraría en Nápoles y desde allí comenzaría la guerra contra Urbano. El 29 de junio de 1380, Juana adoptó a Luis I, haciéndolo su heredero, pero la acción en Nápoles tuvo que esperar debido a la muerte del rey francés. En respuesta Urbano declaró hereje a la reina Juana, la depuso y nombró rey a Carlos de Durazzo. El 16 de julio de 1381, Carlos III, que tomó ese nombre, se hizo con Nápoles aunque la reina resistió en el Castel Nuovo hasta el 2 de septiembre.

El conde de Anjou no se dio por vencido: se hizo nombrar heredero oficial por el Papa Clemente VII y formó un ejército en mayo de 1382. Atravesó Italia pero en julio la reina muere o es asesinada y su ejército disperso y falto de fondos, aunque gana algunas batallas es finalmente arrinconado en Tarento. Se retira a Bari y luego el conde enferma y muere el 21 de septiembre de 1384. Así, los intentos de acabar el cisma por las armas se mostraron fallidos.
Via concilii: por medio del concilio[editar]
Artículo principal: Conciliarismo

Tras el primer recurso a las armas, y al tiempo de éste, se intentaron otras vías para la reconciliación: la primera de ellas es la via cessionis, que pretenddía que uno de los dos papas, o los dos, abdicaran; la segunda era la via compromossionis, con la que se aceptaba el arbitraje de un tercero y se acataba la decisión final de éste; y finalmente la via concilii, que consistía en que los dos papas debían aceptar el juicio de un concilio ecuménico. También quienes querían acabar con el cisma buscaban algún sistema teológico que permitiera deponer a los papas o juzgar su proceder o la validez del cónclave.13

En este momento se desarrolló con fuerza la doctrina conciliarista, que hunde sus raíces sobre todo en las doctrinas de Guillermo de Ockam y Marsilio de Padua, quienes afirmaban la superioridad de un concilio general sobre el Papa. Algunas universidades famosas como las de Oxford, Salamanca y París fueron los principales núcleos del conciliarismo.14

Los problemas para la celebración del deseado concilio no eran solo de naturaleza teórica o teológica sino también política dada la división de toda Europa. De todos modos no fueron pocos los que se dedicaron a reflexionar sobre el problema como por ejemplo, Conrado de Gelnhausen, Enrique de Langenstein o Pierre d'Ailly. Dado que el rey de Francia, impulsado por el Conde de Anjou, buscaba la solución por la fuerza del cisma, hizo presión para acallar las voces favorables al concilio: los profesores terminaron por abandonar la universidad y trasladarse a ciudades del imperio donde podían seguir enseñando sus tesis tanto conciliaristas como nominalistas.
Recrudecimiento del Cisma[editar]
Artículo principal: Cónclave de 1389

Urbano VI murió en 1389. Se pensó que con su muerte se llegaría al final del conflicto, sin embargo, los cardenales fieles al difunto papa escogieron al cardenal Piero Tomacelli como su sucesor. El nuevo pontífice romano tomó el nombre de Bonifacio IX. De igual modo procedieron los cardenales disidentes, tras la muerte de Clemente VII, acaecida el 16 de septiembre de 1394, se reunieron en cónclave en Aviñón, a pesar de la negativa de los reyes, y eligieron pontífice al cardenal Pedro de Luna, quien tomó el nombre de Benedicto XIII. El cisma recrudeció, en la sede de Roma, a Bonifacio IX, le sucedió primero Inocencio VII (1404-1406) y luego Gregorio XII (1406-1415). El aviñonés en cambio permaneció en el solio pontificio hasta el fin del cisma.13 Éste era de carácter mucho menos manejable que su antecesor, los franceses cambiaron de bando y se inclinaron por encontrar una solución.

En la Universidad de París, Enrique de Langenstein y Conrado de Gelnhausen, pronto seguidos por Pedro de Ailly y por Jean Gerson, indicaron las «tres vías» que podían poner fin al cisma: el compromiso, la cesión y el concilio.

En 1407 se estuvo apunto de dar una solución al problema, los dos papas de entonces, Gregorio XII y Benedicto XIII, acordaron de encontrarse en Savona, para abdicar conjuntamente y dar paso a una nueva elección. Sin embargo, los dos se arrepintieron y no estuvieron dispuestos a ceder el poder. A este punto los perfiles se dirigían más hacia la solución de un concilio ecuménico, superior al papa.14





El Concilio de Pisa[editar]
Artículo principal: Concilio de Pisa

Los cardenales disidentes, las ciudades del norte de Italia, el rey de Francia y por supuesto la Universidad de París llegaron al acuerdo de convocar un Concilio en Pisa, al cual se adhirieron los alemanes y los ingleses. El concilio comenzó el 25 de marzo del 1409, inmediatamente fueron llamados los dos papas (quienes no se presentaron) a comparecer en calidad de acusados y fueron depuestos el 5 de junio como herejes y cismáticos, basándose en las teorías de Ailly y Gerson. Los 24 cardenales presentes se reunieron en cónclave inmediatamente y eligieron como nuevo Papa a Pedro Philargés, franciscano, humanista, profesor en Oxford y en París y de origen cretense, quien tomó el nombre de Alejandro V.

A pesar de la gran cantidad de obispos que habían acudido a Pisa y de que al papa elegido en el conclave le siguieran en obediencia la mayoría de los reinos cristianos, la legitimidad de la convocatoria del concilio era dudosa. De hecho no todos los cardenales y teólogos estaban convencidos de que la autoridad de un concilio pudiese deponer a un papa (en cualquier situación), ni de cómo se podría llevar a término esa decisión. El concilio en vez de ser la solución, empeoró la situación, pues se pasó de un diabólico dualismo a un maldito trinomio.15

El pisano Alejandro V solo duró un año en el cargo, puesto que murió en Bolonia al año siguiente de su elección. Su sucesor, Baldassare Cossa, será elegido por los cardenales pisanos el17 de mayo de 1410, y tomará el nombre de Juan XXIII. En Italia, continuó la lucha en Nápoles y Roma, el embrollo llegó a su colmo. Tomada Roma por Juan XXIII y saqueada por Ladislao de Durazzo, aquél celebró en ella un nuevo concilio. Francia se mantenía desgarrada por la contienda entre los borgoñones y los Armagnacs (netamente galicanos).

Benedicto XIII, reconocido por Aragón, Navarra, Castilla y Escocia, se retiró a Barcelona y después, en 1411, a Peñíscola. Por su parte, Gregorio XII se vio obligado a huir a Gaeta y aRímini por la deserción de los venecianos.
El Concilio de Constanza[editar]
Artículo principal: Concilio de Constanza

Para muchos, la salvación de la Iglesia sólo podía venir del Emperador, que era el único a quien venía concedido poder convocar un concilio ecuménico fuera del papa. Segismundo, elegido Rey de los Romanos en 1410, había dado su obediencia a Juan XXIII, pero soñaba con desempeñar la función de mediador. Convocó el 30 de octubre de 1413 un grande concilio para la unión, en la ciudad imperial de Constanza. EL 9 de diciembre del mismo año, Juan XXIII confirma la convocación, creyendo que podía venir en beneficio de él.15

El concilio de Constanza inició el 5 de noviembre de 1414,16 Una vez reunida la asamblea, todo se puso a discusión: los derechos del concilio, del Papa, del Emperador, organización de los escrutinios (individualmente o por «nación»), reforma de la Iglesia, entre otros temas. Juan XXIII, el único de los tres Papas que estaba presente, se enemistó pronto con Segismundo y en vez de abdicar, huyó de noche disfrazado. Fue destituido, arrestado y hecho prisionero el 29 de mayo de 1415. En cuanto a Gregorio XII hizo leer un decreto por el que convocaba el concilio de Constanza (cuya legitimidad confirmaba de esta manera) ante Segismundo y renunció al pontificado.
Las negociaciones de Morella[editar]

Poco antes de la reunión del concilio, estando ya convocado, en 1414 se reunieron en Morella el rey Fernando de Antequera (Fernando I de Aragón), fray Vicente Ferrer y el papa Benedicto XIII (Papa Luna) en un intento de solucionar el cisma con la renuncia de este último.

El 18 de julio de 1414 hizo su entrada en Morella, a requerimiento del rey que se encontraba allí desde unos días antes, el papa Benedicto XIII. Entró a lomos de una mula y fue llevado bajo palio portado por el rey Fernando y otros caballeros hasta la iglesia Arciprestal. Fernando tampoco descuidó hacer venir de Castilla a Vicente Ferrer, que a la sazón se hallaba predicando por aquellas tierras. El 15 de agosto se celebró la solemne misa, famosa en la historia de Morella, por concurrir a ella un Rey, un Papa y un Santo.

Las negociaciones, infructuosas, duraron hasta que llegó la noticia de la muerte del rey Ladislao de Nápoles (6 de agosto) sin haber dejado sucesión directa, lo que obligó al rey a abandonar Morella. El Papa volvió a Peñíscola a mediados de septiembre, y nunca renunció al papado, muriendo el 23 de mayo de 1423.17
Fin del Cisma[editar]

Ya solamente quedaba Benedicto XIII y Segismundo viajó a Perpiñán para reunirse con él, pero no pudo vencer su intransigencia. Esto determinó a Castilla, a Navarra y, menos claramente, a Aragón a abandonarle y comparecer ante el concilio, en el cual estuvieron representadas desde entonces seis autoridades: la italiana, la francesa, la imperial, la inglesa, la navarra y la castellana. Benedicto XIII fue finalmente depuesto por el Concilio el 26 de julio de 1417 como cismático y hereje.1 Entretanto, los principales impulsores del Concilio de Constanza estaban empeñados en la realización de la reforma de la Iglesia «en su cabeza y en sus miembros». Para conseguirlo proclamaron el 6 de abril de 1415 la superioridad del concilio sobre el Papa18 y que la autoridad de la Iglesia no reposaba ni sobre el Papa ni sobre los cardenales, sino sobre la agregatio fidelium, cuya expresión la constituían las naciones.

A fin de asegurar lo acordado, se procedió a la censura de los escritos de Wycliff, el proceso y la condenación de Jan Hus (el 6 de julio de 1415), de Jerónimo de Praga (el 30 de mayo de1416) y la discusión, con ocasión del asesinato del Duque de Orleans, de la legitimidad del tiranicidio. Se votaron cinco Decretos de reforma, entre los que se destacó el Decreto Frequens(del 9 de octubre de 1417), que imponía la celebración obligatoria de un concilio cada 10 años.
Elección de Martín V y fin del cisma[editar]
Virgen de la Misericordia, imagen de la Iglesia reconciliada luego del concilio de Constanza. Retablo Cadard (hacia el 1444) de Enguerrand Quarton

Los alemanes, inquietos por el estado de la Iglesia, quisieron ante todo decretar las reformas indispensables de la misma. Las otras naciones protestaron, por el contrario, contra toda demora en «hacer desaparecer la anomalía de una Iglesia sin jefe». Se decidió agregar a los 23 cardenales, muy atacados por el concilio a otros 30 prelados (seis por nación). Otón Colonna fue elegido casi unánimemente el 11 de noviembre de 1417 y tomó el nombre de Martín V, quedando de este modo abierta la vía para restablecer la unidad en la Iglesia Católica.18 Dando por finalizado un cisma de casi medio siglo.

Benedicto XIII, el Papa Luna, siguió imperturbable en su postura y murió en 1423, a los 96 años en Peñíscola, a donde había mudado su sede, en el antiguo castillo de la Orden del Temple. Tras ello sus cardenales eligieron a su sucesor, Gil Sánchez Muñoz, que tomó el nombre de Clemente VIII, último papa de la obediencia de Aviñón, en el Salón del Cónclave del castillo de Peñíscola, lugar donde residió hasta su abdicación en Martín V. Ésta se produjo en 1429 en San Mateo, Castellón, debido a las presiones políticas del rey de Aragón,Alfonso V, por entonces ocupado en la conquista del Reino de Nápoles.19



Benedicto XII construirá en Avignon el "Palacio de los papas" en donde vivieron los 7 hasta Benedicto XIII. Llegó a ser una ciudad de 40.000 habitantes (se dice que 32.000 eran "pobres clérigos").

Los papas aquí se hicieron centralistas, recaudaron mucho más que nunca y se reservaron derechos como el nombrar obispos, repartir prebendas, traslados, etc.






Guillermo de Ockham.

Un insigne miembro fue Guillermo de Ockham (+1349 con quizá 64 años), conocido en la Historia de la Filosofía y otras áreas culturales. En asuntos políticos era tan radical que parece razonar a navajazos y dice que no existe ni la sociedad, ni la ciudad de Dios, ni pamplinas, que sólo existe el individuo. Filosóficamente era nominalista y padre de la contemporánea Filosofía del Lenguaje. Es considerado como uno de los padres de la nueva ciencia que surge en el Renacimiento, precursor de los movimientos democráticos, inspirador de la teología revolucionaria protestante.

También entre los dominicos -los domine cani o perros de Dios, como los solía llamar el pueblo llano- creados para expurgar la supuesta herejía cátara mediante la recién creada Inquisición, surgieron algunos más radicales que como los “fratricelli” eran partidarios de las reformas a ultranza.

Los franciscanos espirituales se revelaron reactualizando en esto a Joaquín de Fiore (+1202 con 72 años), abad cisterciense en Calabria que dejó la Orden para fundar la Congregación florense, aprobada en 1196. Dante, en su canto XII del Paraíso, lo coloca entre santo Tomás de Aquino y san Buenaventura. En el Renacimiento influirá en Savonarola, Nicolás de Cusa. 

En aquellos años, Luis de Baviera, enemigo de Avignon, fue coronado Emperador del Sacro Romano Imperio Germánico en el Capitolio romano, depuso a Juan XXII mientras acogía a los franciscanos espirituales e hizo elegir al antipapa Nicolás V: el franciscano Pedro de Corbara. Los espirituales excomulgaron a los antipapales alemanes e italianos. Su pobreza será después difundida por Ockham que huyó en 1327 y se enseñará abiertamente en La Sorbone.
Ockam, igual que el averroísta Juan de Jaudúm, niega la potestas que se había otorgado el Papa sobre el Imperio y sobre el Concilio. La jerarquía eclesiástica estaba dividida entre los que propugnaban y defendían un estatus relajado y de riqueza que habían logrado los clérigos, y los que abominaban esta situación y exigían –sin tanto radicalismo como los “fratricelli”- las reformas oportunas para ajustarse al Evangelio.






Los Husitas.

Juan Pablo II, ante el Congreso histórico-teológico que estudiaba el antisemitismo y la Inquisición, y en la propia Chequia en 1990 y 95, pidió perdón por la actitud de los eclesiásticos con Jan Hus (+1415 con 43 años), quemado vivo en la hoguera en 1415, cumpliendo la sentencia del Concilio de Constanza. En el primer viaje dijo que “no se puede negar la integridad de vida y el empeño por la educación y la formación moral de la nación que caracterizaron a Jan Hus (...) encomiendo a los expertos y en particular a los teólogos checos, determinar qué papel le corresponde en la Iglesia como reformador”. En el segundo viaje afirmó: “Yo, Papa de la Iglesia de Roma, en nombre de todos los católicos, pido perdón por todas las injusticias infligidas a los no católicos a lo largo de esta dolorosa historia”. Fue el papa Martín V (+1431) quien decretó la represión, elegido para superar el cisma de Avignon y aniquilar a los conciliaristas.

Juan Hus vivió cuando en la Iglesia había dos o tres papas, durante el cisma de Avignon y protestó por el escándalo de las indulgencias cuando en 1412 el papa Juan XXII lanzó una guerra contra el rey de Nápoles y ofrecía el perdón completo de los pecados a quien le apoyara.

Recogió las ideas del inglés Wyclef (+1384 con 60 años); ambos empezaron movidos por un sincero deseo de reformar la Iglesia pues veían que la Iglesia romana había tocado fondo en la corrupción. Pero al toparse con un muro inexpugnable, no pocos optaron por lo radical, prescindir de la autoridad jerárquica, sólo la Biblia, etc. (un siglo antes que Lutero) aunque algunos, más moderados, sólo exigían la comunión con las dos especies para los laicos y la predicación libre del Evangelio.










El pequeño remanente que quedó tras la extinción de los husitas, viendo que no podían meterse en política, optaron por esconderse en la vida privada. Guillermo fue el fundador del nuevo grupo de la Hermandad de los “hermanos moravos” o Unitas Fratrum para iniciar la nueva Iglesia; al ser perseguido huyó a las montañas del Señorío de Riechenau.


Este nuevo grupo de los “Hermanos moravos” o Unitas fratrum es la fusión de la “Unidad de hermanos” con la secta “Jednota Bratrská” fundada por Pedro Chelcicky (+1460 con 70 años), un rico propietario de Bohemia que, inspirado en los valdenses, arremetía contra la Iglesia oficial que la consideraba corrompida por lo temporal desde Constantino. Decían que el culto a la Virgen y a los Santos es una aberración así como la Exposición del Santísimo y la esplendidez de la Liturgia. Propusieron huir de la ciudad al campo y consideraron pecado mortal hacer la mili, ser político, vestir elegante y divertirse. Veían a la Ciencia como inútil y peligrosa y sólo el trabajo manual es algo digno.


Buscaron a un valdense para que les ordenara tres obispos suyos. A los ricos se les exigía la pobreza radical, entregar a la Hermandad sus propiedades privadas. Aceptaban la confesión pública de los pecados y vivían la comunión eucarística de las dos especies (calicistas o utraquistas). Como los calicistas les negaron los sacramentos, crearon sus propios clérigos. Para sus pastores se exigía la pobreza y el celibato, creando un Comité de Vigilancia para que fuera realidad. Su única ley son las Bienaventuranzas y para ellos no existe ni juramento ni violencia. Hacen vida comunitaria y apostolado en las familias y entre profesionales.


En la década de los 90 se habían roto en dos y el grupo pequeño (su jefe se llama Amós) se aferraba a los estrictos 6 mandatos de las Bienaventuranzas. El grupo grande, en 1500 eran unos cien mil en 400 comunidades pero su segundo jefe ya empezó a mitigar y con el tercero se infeccionaron de “Reforma”. En 1535 redactaron un credo luterano, en 1624 conocieron el exilio y en el 28 -con la recatolización de Bohemia y Moravia- se hicieron clandestinos y se exiliaron a Polonia, Silesia y Hungría. Con su absorción en la Reforma, duraron 167 años.

Algunos de Moravia, resucitados por Christian David en 1722, se establecieron en el monte Hut con permiso del conde Zinzedorf: son los llamados Hernutitas. Artesanos pietistas que atraían a oprimidos. Era una teología de la cruz y el amor al prójimo para dar solución a problemas sociales. En el 27 fundaron un orfanato y desde el 82 escuelas-internados con importantes pedagogos (verbigracia Schleiermacher). Las hermanas servían a necesitados y refugiados.






Johan Amos Comenio (+1670 con 78 años), moravo, obispo-presidente de los "Hermanos moravos", escritor y pedagogo, tenía una teoría completa de la Pedagogía armonizando las teorías de Platón, Agustín, Descartes, Bacon, Calvino, Luis Vives. Melanchton, etc. Entendía que el hombre es un microcosmos que refleja el Universo a quien Dios, como ideas innatas, sólo le pone los primeros principios. La experiencia es fundamental para razonar y diseñó un plan de enseñanza desde la más tierna infancia hasta la Universidad. Fue un revolucionario de la Pedagogía pues ya utilizaba los audiovisuales, defendía la necesidad de educar a la mujer, que es más sutil a veces que el hombre, proponía que no hubiese castigos corporales y no le parecía bien que se agotara al alumno con demasiadas horas de clases, de estudio y de tareas para casa.






Los antonianos.

En el siglo XIX un tal Unternäshser fundó los “Antonianos”, otro grupo de disidentes suizos cuyo líder se llamó Hijo de Dios y decía haber venido a completar la obra imperfecta de Jesús, a suprimir todos los tribunales de la tierra y a cancelar todas las deudas. Fue condenado a prisión pero luego se le encerró en un asilo de locos, donde murió en 1824.





"Hermano sol, hermana luna"película completa.
"Francisco de Asís"película completa.



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